No hay negocio que cien años dure, dice el refrán. En 1992, Jean-Bapstiste Duroselle, uno de los más destacados analistas mundiales de las Relaciones Internacionales, reformulaba la sentencia popular para titular uno de sus libros: Todo Imperio perecerá. ¿En qué medida es aplicable esta afirmación a Estados Unidos? ¿Es cierto, como sostienen algunos, que la nación estadounidense ha entrado en un período irrevocable de pérdida de poder?
Recientemente, Charles A. Kupchan, profesor de la Universidad de Georgetown, ha mantenido un acalorado debate con el también especialista estadounidense, Robert Kagan, según se rumorea en el entramado de asesores en materia internacional del candidato republicano a la Casa Blanca, Mitt Romney. Para Kupchan, Estados Unidos transita ya por un camino de pérdida relativa de su ascendencia global, debido al irrefrenable ascenso de India, Turquía o Brasil, por no hablar de China. Kagan, por su parte, sostiene en El mito del declinar americano, que los indicadores de poder económico y militar estadounidenses no han descendido tan drásticamente como proclaman algunas voces “declinistas” –Kagan utiliza este término en tono despectivo para criticar a quienes piensan que la decadencia americana es irreversible y hasta deseable.
El debate ha trascendido el ámbito universitario donde surgió para formar parte de la disputa que enfrentará el próximo mes de noviembre a Barack Obama con Romney. No es nada habitual que un presidente en campaña electoral para su reelección alabe a uno de los consejeros de su principal rival. Sin embargo, Obama ha hablado en términos elogiosos de algunos aspectos del libro de Kagan. Por ejemplo, en lo relativo a que los estadounidenses no deben adoptar una actitud derrotista, puesto que ese talante supondría, en la práctica, aceptar la inevitabilidad del retroceso y la aceptación del declive.
Y no es que Obama desdeñe el postulado de Kupchan, más bien al contrario: se encuentra mucho más cercano ideológicamente a este último que a Kagan. Ocurre, sin embargo, que el mandatario afroamericano ha tenido que entrar al trapo para no dar pábulo a quienes critican su supuesta tibieza en política exterior. Existe una corriente de pensamiento en Estados Unidos, visible ya desde hace décadas, que argumenta que los demócratas son más bien endebles y poco agresivos en el exterior. Una actitud, mantienen sus críticos, que teóricamente facilitaría el ascenso de sus rivales. En otras palabras y haciendo referencia a la actual rivalidad con China: si Estados Unidos no enseña los dientes y actúa con mayor severidad, estará dando alas al deseo chino de ascender a lo más alto.
En opinión de Kupchan, se equivocan los que como Kagan piensan que potencias como Brazil, India, Rusia o Turquía efectivamente crecerán en poderío internacional, pero lo harán sin salirse de la órbita de influencia americana. Para el profesor de Georgetown lo ideal sería asumir la emergencia de nuevos actores, dialogar con ellos, establecer puentes de entendimiento, en lugar de mantener una actitud agresiva y unilateralista como ocurrió, por ejemplo, durante la última guerra de Irak. No porque de repente el Tío Sam se haya convertido en un pacífico abuelete sin ganas de líos, sino más bien porque debe medir bien sus esfuerzos. Entre otras razones porque su equilibrio fiscal es complicado, ya que ha pasado en el tránsito de las últimas décadas de prestamista a deudor, sobre todo de créditos chinos.
Sea como fuere, ambos concuerdan en que estos procesos de reacomodación del poder mundial no se producirán de un día para otro. Las potencias emergentes también tienen importantes desafíos que afrontar –redistribución de la riqueza, respeto al medio ambiente, etc.–, si cabe mayores que el Imperio Americano. Puede que Estados Unidos haya entrado en una senda de pérdida relativa de poder, pero su estrella no se eclipsará de manera fugaz, sino que podría brillar durante décadas, incluso otro siglo.
Esa posible continuidad dependerá en mi opinión de la habilidad de quien ocupe la Casa Blanca para resistir las tentaciones de aquellos estadounidenses que quieren que su país siga siendo Sheriff mundial, sin que ello signifique que el resto de vaqueros –países– le comiencen a mirar por encima del hombro. La multipolaridad y complejidad del nuevo escenario mundial hacen prácticamente imposible que Estados Unidos pueda volver a desenfundar su revolver en solitario. Bastante más económico y menos arriesgado sería patrullar en coordinación con el resto, siempre y cuando se acometiese la urgentísima reestructuración de la ONU. De lo contrario, el principio del fin del Imperio Americano podría llegar más pronto que tarde.
Francisco J. Rodríguez Jiménez.
George Washington University.