Nuevamente observado, en esta ocasión con el Gran Telescopio Canarias. Aunque preparar una campaña de observación requiere un gran esfuerzo, todo se disipa cuando se llega al telescopio, cuando, durante unas noches, se “toma posesión” de una magnífica maquinaria como es este telescopio, uno de los más potentes del mundo y en buena medida construido aquí.
Cuando observo suelo tener un ritual: durante los minutos anteriores a la puesta de Sol, salgo a pasear, a disfrutar del espectáculo, e intento ver el rayo verde. Me relajo y dejo que mi mente divague. En esos minutos de reflexión, me doy cuenta de lo afortunado que soy, porque vivo en el sueño que siempre quise: un investigador vocacional (como la inmensa mayoría), que tiene la suerte de disfrutar con su trabajo. Un trabajo estable, por cierto, que me permite planificar a largo plazo, y que ha requerido muchos años de formación y elecciones que en algún caso fueron difíciles.
También disfruto del privilegio de estar algo remoto de mis obligaciones cotidianas, de poder pensar con tranquilidad. O de analizar la prensa con más detalle.
Leo con sorpresa la carta de la secretaria de Estado de investigación (porque la palabra ciencia se perdió en algún sitio). Afirma que es necesario adelgazar el sistema de investigación, que sobra gente porque el sistema no puede absorberlos. Y no puedo dejar de pensar en los investigadores de mi equipo, o en amigos y conocidos que trabajan en distintas disciplinas, poniendo horas e ilusión, estando disponibles fines de semana. Ellos, como yo, se han estado formando durante décadas. Ahora, cuando son científicos en plena madurez, produciendo ciencia de calidad, reconocidos internacionalmente, desde la administración del Estado se les dice que no son necesarios, porque no hay hueco para ellos.
Es triste como tragedia humana. Pero después de todo, en España hay varios millones de tragedias como éstas, los que engrosan las listas del paro. Así que tal vez la secretaria de Estado tenga, después de todo, razón.
Sin embargo, si nuestra clase política piensa que saldremos de la crisis con “más de lo mismo” (turismo en costas devastadas, construcción a destajo) se equivoca completamente. En un mundo altamente competitivo, solo mediante la capacitación de los recursos humanos y la inversión continuada, se crece y se mantiene el bienestar. Solo con una actividad industrial potente y un sector de servicios de calidad se sale adelante. Y eso se garantiza, en parte, con I+D. Un sector sano, potente, que requiere tecnólogos y científicos, con carreras estables, y una financiación adecuada. Tanto pública como privada.
Me gustaría que la clase política tuviera la oportunidad de, como yo en estos momentos, reflexionar un poco sobre qué es un medio y cuál es el objetivo. Sobre para qué sirven los recursos públicos y su propia función como representantes electos. Especialmente que imaginen el tipo de sociedad en la que querrían que vivan sus hijos en el futuro.
Se nos pide excelencia. Sí, creo que la inmensa mayoría de los científicos y tecnólogos estamos dispuestos a darla. Después de todo, siempre ha sido nuestra ilusión: llegar a las fronteras del conocimiento. Y en un fracción significativa de los investigadores que conozco, devolver a la sociedad lo que ésta nos ha dado.
Como último reflexión, querría deja bien claro que los científicos nos encontramos entre los grupos más evaluados que conozco. No solo por los años formativos (cinco de carrera, dos de master, tres de doctorado, aproximadamente diez como investigador postdoctoral en varios centros de investigación, incluidos fuera del país). También porque para conseguir recursos debemos someternos al escrutinio de la administración cada tres años. Cada año mandamos informes al ministerio, cada año escribimos memorias para los centros de investigación. Pero sobre todo, las publicaciones de calidad aparecen en revistas internacionales sometidas al doble filtro de editores estrictos y de otros especialistas de nuestro campo. Y los resultados se debaten en congresos con cientos de investigadores que analizan y hacen críticas a los trabajos presentados. Y todo esto, luchando con una administración que, aunque reconociendo su notables mejoras en los últimos 15 años, sigue siendo ineficiente por el peso de su estructura formal y las tareas que descarga sobre los científicos españoles. Tiempo robado a nuestra actividad investigadora.
Por mi parte, desearía que las élites de este país hubieran pasado por algunas de esas cribas: desde políticos hasta banqueros, pero especialmente los gestores públicos en los ayuntamientos, tuvieran ¡qué menos! un grado universitario o un conocimiento mínimo de la estructura del estado y de sus leyes.
Excelencia sí, pero para todos. Y si que hay que recortar, recordemos que sí hay prioridades, que hay que empezar por mejorar la eficiencia, y que los problemas de la sociedad española no vienen de su tejido científico-técnico o industrial, sino, en buena medida, de su escasez.
David Barrado
Investigador del Centro de Astrobiología (INTA-CSIC)
Director Centro Astronómico Hispano-Alemán, observartorio de Calar Alto