Midiendo el impacto de la cultura como catalizador para el desarrollo: el caso colombiano

Parece comúnmente aceptado que la cultura es un bien común, un bien tanto en el sentido patrimonial como en el moral, un recurso y un medio que pertenece y beneficia a todos. Sin embargo, y pese a lo extendido de esta idea, resulta muy difícil detallar la forma en la que dichos beneficios se concretan.

La Declaración de México sobre las Políticas Culturales de la Unesco (Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales Mondiacult, México, 1982), convino que, en su sentido más amplio, la cultura puede ser considerada como:

“…el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social. Engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales del ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias”.

Pero lejos de limitarse a definir un simple marco de contenidos, la Declaración de México se adentra a explicar cómo la cultura afecta a las personas y cuáles son los beneficios que les aporta:

“La cultura da a las personas la capacidad de reflexionar sobre sí mismas. Es ella la que hace de nosotros seres específicamente humanos, racionales, críticos y éticamente comprometidos. A través de ella discernimos los valores y efectuamos opciones. A través de ella las personas se expresan, toman conciencia de sí mismas, se reconocen como un proyecto inacabado, ponen en cuestión sus propias realizaciones, buscan incansablemente nuevas significaciones y crean obras que las trascienden”.

Sin embargo, los últimos años de crisis económica han reducido el debate sobre las aportaciones de la cultura a una mera visión economicista. Esta circunstancia ha limitado considerablemente las posibilidades de que la cultura pueda ser valorada en toda su dimensión, puesto que una gran parte de sus beneficios se sitúan al margen de lo económico.

La consecuencia ha sido la paulatina pero profunda desafección hacia la cultura, que incluso ha pasado a ser percibida por muchos como un lastre prescindible para las arcas públicas. Pese a que esto ha llevado a sus profesionales a salir a las calles enarbolando el lema La cultura no es lujo, es oportuno admitir que se ha hecho sin ahondar en las evidencias y detalles de cómo la cultura aporta beneficios esenciales a la sociedad.

Esta carencia argumental del debate público contrasta con las tendencias globales en políticas culturales, que como en el caso de la Agenda 21 de la Cultura impulsada desde hace ya más de una década por la Red Mundial de Ciudades y Gobiernos Locales y Regionales (UCLG), dotan de argumentos la reivindicación que la cultura sea reconocida por las Naciones Unidas como “el cuarto pilar del desarrollo sostenible” (que se sumaría a los ya reconocidos de: crecimiento económico, inclusión social y equilibrio medioambiental).

Si los ciudadanos no conocen de manera fehaciente cómo la cultura articula sus beneficios, no podrán valorarla en su justo papel ni, consecuentemente, se sentirán llamados a protegerla y desarrollarla. Para determinar en qué medida un proyecto cultural logra sus objetivos es necesario efectuar una medición de impacto, que pondrá de manifiesto los efectos de una iniciativa en un determinado contexto, poniendo en relación sus metas con los recursos que le han sido asignados.

Colombia, diseñando una cultura de impacto

Mientras que la cultura española parece ensimismada en sus dificultades económicas y mira con reconocida envidia a determinados países europeos, a Estados Unidos y a Canadá como referentes en políticas culturales; América Latina avanza con paso firme en la reflexión sobre la medición de impacto cultural y la consideración de la cultura como eje fundamental para el desarrollo sostenible.

Un ejemplo de ello es la celebración en febrero de 2014 de la Reunión Internacional para la Actualización de la Metodología de Cuentas Satélite de Cultura (CSC) y la creación de la Red de las CSC, organizada por el Ministerio de Cultura y Juventud de Costa Rica y el Convenio Andrés Bello (CAB), que contó con la participación de siete organismos internacionales además de representantes de: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, España, Paraguay, República Dominicana y Uruguay.

De entre todos los países allí reunidos, Colombia destaca por su particular interés en la medición de impacto de la cultura. Llama la atención que, por ejemplo, el Banco de la República haya promovido una colección de publicaciones (Borradores de Gestión Cultural) que buscan divulgar las investigaciones, mediciones y análisis sobre gestión cultural y cuyo primer libro está dedicado precisamente a la medición de impacto en cultura: Índices de impacto cultural. Antecedentes, metodología y resultados.

Asimismo, el Ministerio de Cultura de Colombia está realizando una significativa actividad en lo referente a la medición de impacto de la cultura como instrumento de desarrollo. Muestra de este interés fue la Reunión internacional de expertos en mediciones del aporte de la cultura al desarrollo celebrada en Bogotá en octubre de 2013. A esta actividad, se une el reciente lanzamiento en diciembre de 2014 del Banco de Experiencias Significativas en Cultura (BESC).

Las “experiencias significativas” son definidas como: “conjuntos de acciones que responden de manera creativa, innovadora y satisfactoria a una problemática concreta, por lo cual pueden convertirse en ejemplo o referente para otras entidades u organizaciones en contextos similares o diferentes”. El Banco es una herramienta de gestión del conocimiento que permite “identificar, reconocer, valorar y difundir estas prácticas significativas y tenerlas como referencia y guía para fortalecer las iniciativas y los proyectos culturales en el país”.

Una de sus aportaciones más importantes es, precisamente, su interés por retener y transferir el conocimiento, uno de los aspectos usualmente más complicados en las experiencias sobre cultura y desarrollo ya que, a excepción de los grandes proyectos impulsados desde las administraciones, el panorama de lo cultural se caracteriza por su extrema fluctuación.

Así pues, el BESC trata de dar respuesta a la pregunta “¿cómo aprender de lo que otros han hecho?”, capitalizando experiencias de proyectos apoyados por el Programa Nacional de Concertación del Ministerio de Cultura. Impulsada desde la Dirección de Fomento Regional, esta convocatoria anual ofrece apoyo a proyectos culturales de interés público que desarrollen procesos artísticos o culturales y que contribuyan a brindar espacios de encuentro y convivencia en sus comunidades. Los proyectos participantes han de trabajar alguna de las siguientes líneas temáticas: diversidad cultural, participación ciudadana, fortalecimiento institucional, y patrimonio y memoria.

De entre los más de 1600 proyectos presentados durante el año 2014, el BESC efectuó una preselección de 88, que fueron evaluados por un equipo de la Universidad Pedagógica en base a cinco criterios (Innovación y creatividad, participación, efectividad e impacto, sostenibilidad y pertinencia y coherencia) con veinte indicadores debidamente ponderados. Finalmente, el BESC ha reunido para su primera fase un total de 45 “experiencias significativas”, que se articulan en base a los cinco criterios definidos.

Muchos de estos criterios coinciden con los definidos por la Agenda 21 de la Cultura sobre buenas prácticas en materia de cultura local y desarrollo sostenible. No en vano, esta agenda ha atesorado más de diez años de prácticas y experiencias específicas en una base de datos que también reúne proyectos de manera similar a como ahora se presenta el BESC. Lejos de que esta coincidencia pueda parecer poco innovadora es, sin embargo, muestra de que el BESC nace muy bien enfocado a la efectividad haciendo un pertinente uso del conocimiento existente adquirido en materia de cultura y desarrollo.

La web de este proyecto, todavía en fase de desarrollo, se ha realizado en colaboración con el Centro de producción audiovisual Atico de la Pontifica Universidad Javeriana, en lo que supone un acierto estratégico al poner en valor también el conocimiento y el talento universitario del país. Incluye un completo buscador que filtra los contenidos a partir de numerosas y relevantes variables. Sus resultados se muestran geolocalizados en un mapa interactivo del país que va mucho más allá de los habituales mapas de recursos culturales y que incluye una gran variedad y riqueza de contenidos, muy bien sistematizados y usable.

En definitiva, el BESC muestra una Colombia en el camino apropiado para conocer la eficiencia de sus proyectos culturales y estar preparada, si acaso, para reorientar su actividad.

Por si esto fuera poco, su interés en la medición de impacto cultural asegura el gasto eficiente de recursos y potencia su sostenibilidad. No sólo el gasto será más eficaz, sino que además se potencia la inversión pública y privada, ya que los proyectos culturales están en situación de poder justificar resultados a la vez que sus financiadores disponen de argumentos objetivos, contrastados y de calidad para poder invertir en tales proyectos.

Publicado originalmente en: Compromiso Empresarial. Enero, 2015