Miguel Bardají, el autor de este post, comenzó en 2018 su MBA en el College of William and Mary
El tañido de una campana centenaria. Ensordecedores gritos de ánimo provenientes de los cientos de estudiantes, todos veteranos, que forman el pasillo humano que, al emerger del histórico Wren Building, se prolonga hasta donde alcanza la vista, desapareciendo en el Sunken Garden. El distintivo sonido de las palmas con que se recibe a los nuevos miembros de la “tribu”. Estos son algunos de los sonidos únicos con los que te recibe William & Mary, como parte de una de las muchas tradiciones que ritualizan el paso por esta universidad impregnada de historia (esta, en particular, consiste en que cada estudiante nuevo, de grado o posgrado, ha de tocar la campana del edificio más antiguo del campus y atravesar el pasillo humano que, a modo de comité de bienvenida, forman otros alumnos que vivieron la misma tradición).
Fundada en 1693 y situada en la histórica Williamsburg (parte, junto con Jamestown y Yorktown, del turístico “triángulo histórico” que conformó el epicentro de los sucesos políticos que desencadenaron la Revolución Americana), College of William & Mary mantiene un puesto singular en el paisaje universitario estadounidense, al ser la segunda universidad más antigua del país (tras Harvard), alma mater de cuatro presidentes y la primera institución de educación superior del país en establecer un código de honor. Considerada hoy una public Ivy y dotada de una consolidada reputación de excelencia académica, William & Mary mantiene un encanto de otra época gracias a sus elegantes edificios de ladrillo y arquitectura colonial y a su idílico campus en que las ardillas copan los jardines interiores y los ciervos son los dueños del aledaño bosque.
Lejos de esa antigüedad, sin embargo, se halla el programa de MBA (Master in Business Administration) que, gracias a la generosidad de la Comisión Fulbright y el propio College of William & Mary, me hallo cursando. Con el moderno y galardonado Raymond A. Mason School of Business como epicentro, el programa es un reflejo del dinámico mundo de los negocios y una celebración de la diversidad que impera en una economía global.
Compuesta por un 60% de estadounidenses y un 40% de estudiantes extranjeros, procedentes de 19 países, la promoción de 2020, de la que formo parte, ofrece al mismo tiempo la oportunidad de conocer de primera mano la cultura y costumbres de nuestro país de acogida y de llevarse una pequeña parte de numerosos rincones del mundo. El reducido tamaño de la clase (112 personas, divididas en dos secciones cuyos miembros cambian cada dos meses para fomentar la interacción con distintos compañeros) permite conocer, más allá de meras superficialidades, a la mayoría de la promoción y contribuye al ambiente familiar y de comunidad del que se precia la universidad.
Contribuyendo a dicha diversidad y aportando, en mi experiencia personal, uno de los ingredientes más valiosos y distintivos del programa, están las estrechas relaciones que mantiene la escuela de negocios con las fuerzas armadas estadounidenses. Aproximadamente un 20% de la clase está formada por militares retirados o en activo. Si por un lado sus interesantísimas historias amenizan cualquier conversación personal, sus experiencias en zonas de conflicto, en gestión de equipos y liderazgo, y en el caso de la Guardia Costera, catástrofes naturales y conflictos comerciales y migratorios, añaden una capa adicional de riqueza a las frecuentes discusiones que son parte del día a día de las clases. Mientras, la diversidad cultural y lingüística que aporta el colectivo internacional, procedente de países con muy diferentes grados de diversidad interna y que cubren la práctica totalidad del espectro político, desde democracias asentadas a regímenes de corte más autocrático (desde Estados Unidos o Japón a China o Arabia Saudí, pasando por Indonesia, México o Brasil), convierte cada discusión de clase y cada conversación personal en una oportunidad de abrir tus ojos al mundo y aprender algo nuevo.
Otra de las experiencias que marcan el paso por el Raymond A. Mason School of Business es la interacción con los executive coaches, una red de 140 ejecutivos, retirados o en activo, que abarcan la casi práctica totalidad del espectro de sectores profesionales y especialidades funcionales y nos asesoran personalmente, formando parte integral de múltiples actividades curriculares y extracurriculares. El denominado Executive Partners Program, único en el país, aprovecha así el abundante capital humano concentrado en esta afluente zona del estado de Virginia, donde muchos ejecutivos fijan su residencia al retirarse del día a día de sus negocios. A cada alumno se le asigna un coach personal para desarrollar un plan personal de crecimiento y encauzar las perspectivas profesionales a las que da acceso el MBA, y la totalidad de la red está disponible para, entre otras posibilidades, mantener entrevistas o reuniones informativas, dar su opinión sobre cómo mejorar tu curriculum vitae, proporcionar acceso a contactos especializados en diversos sectores y compañías, o llevar a cabo simulacros de entrevistas profesionales. También sirven como jurados en las múltiples simulaciones y presentaciones que forman parte del currículo académico, aportando feedback constructivo y transmitiendo su valiosa perspectiva.
Si algo distingue la experiencia de hacer un MBA en William & Mary, no obstante, es la casi total certeza de cada día será diferente. Desde las mil y una actividades organizadas por la propia escuela y por los numerosos clubes de estudiantes (conferencias, talleres, sesiones de formación, eventos sociales…), a la constante involucración de los executive coaches (una red de 140 ejecutivos, retirados o en activo, que nos asesoran personalmente y que son parte integral de múltiples actividades curriculares y extracurriculares), o la diversidad del currículo académico, que compagina el desarrollo de habilidades desde las más cuantitativas a las más relacionales, cada día es una oportunidad de vivir algo distinto y aprender algo nuevo. Si bien el tiempo es un recurso preciado, las vivencias se multiplican si, como me esfuerzo al máximo por hacer, aprovechas las múltiples oportunidades que William & Mary te ofrece.
Yo, por mi parte, tras unos primeros seis meses que han pasado volando, encaro con las máximas ganas e ilusión el siguiente capítulo de esta emocionante aventura. Hasta mayo de 2020, si alguien se anima a visitar uno de los corazones de la historia estadounidense, ¡os espero en Williamsburg!
Miguel Bardají
Becario Fulbright / William & Mary 2018