Germán García Flores, becario Fulbright / Xunta de Galicia 2020 en Colgate University, New York.
Mi madre me habló durante toda mi vida sobre Fulbright. Y es por eso que en enero de 2020, cuando salió la convocatoria de la Xunta de Galicia, mi madre fue también la primera persona en hablarme de ella. Pero esta vez, su voz lo hacía sonar casi como algo “tangible”.
“Claro que sí, mamá”, le respondí cada vez.
Me parecía imposible, como un sinónimo de entrar en la NASA. Las becas Fulbright son hiperónimos de “líderes”, “descubridores”, “inventores”; no de “mí”. Viniendo del mundo de la danza y la moda, estaba acostumbrado a ser juzgado en base a mi “perfección”, y no a mi “distinción”. Y así imaginaba lo complejo que sería llegar, muy equivocadamente.
Un mes después, en marzo, tras una temporada terrible en París, perdido y en plena etapa de transición laboral, empezaron a sucederse las sincronías. Un encuentro fortuito con mi amiga Icía, ahora becaria Fulbright en la New York Film Academy, me llevó a una charla sobre las nuevas becas Fulbright de la Xunta. De todos los posibles planes que podían surgir en mi primer día libre en semanas, la jornada me llevó a escuchar a Victoria Ruiz y Patricia de la Hoz. A día de hoy, a ambas las cuento como parte esencial de mi familia Fulbright, junto con Sara y Verónica. Pero en aquel momento, fueron ellas dos las que iniciaron en mí ese ansia de intentarlo.
Desde esa misma tarde de inicios de marzo, un mes pivotal a varios niveles, decidí leer las bases hasta hacerlas parte de mí, y presentar un proyecto acorde a lo que se solicitaba.
No fueron fáciles los siguientes 7 meses. Llámalo ansia, llámalo 2020… Fulbright era la única oportunidad de cambiar mi vida 180 grados. Era el empuje que necesitaba para poder avanzar.
Hasta aquel momento, mi vida había girado en torno a mi forma física y mi aspecto. Tras 14 años en el mundo de la danza, había ya conocido todas las versiones de lo que era sentirse un jarrón decorativo. La danza es un arte extrema, extrema porque se aleja de la realidad humana para adentrarse en mundos etéreos y libres de gravedad.
Pero lo que vive la audiencia y lo que viven los bailarines, es totalmente diferente. Y yo ya había tenido suficiente. La danza no me dejaba usar mi voz, y yo tenía mucho que decir. Sobre todo desde el día que escuché, tras varios intentos de escape: “hay cosas que no están para ti, dedícate a lo que te toca”. Esa frase me atormentaba. Ahora, me motiva.
Así que cuando el destino me despertó aquel día 1 de octubre a las 8:59, para ver entrar ese correo a las 9:00 firmado por Alberto López (Director de la Comisión), supe que mi vida estaba a punto de cambiar completamente. Y todavía no podía imaginarme hasta qué punto.
La experiencia Fulbright es algo más que una experiencia puramente académica. En los Estados Unidos, ser becario Fulbright es similar a tener un Óscar. Te da otro tipo de capacitaciones, te abre otro tipo de puertas, te hace volar en vez de andar. Es una gran iniciadora de conversaciones, un pase a muchas salas de mentes brillantes y el primer escalón a lo que puede ser la mayor plataforma de cualquier estudiante.
Fulbright te abre un mundo de posibilidades que para mí fue absolutamente transformador. Por primera vez en años, sentí que lo que se valoraba de mí eran mis ideas. Lo que se valoraba de mí era quién era yo, y qué aportaba a la mesa. Ya no era un “estas son las normas; puedes entrar en ellas, o no”, sino más bien “estas son las normas; por favor, explícanos cómo te sales de ellas”.
La diversidad funcional y social que ofrecen los Estados Unidos no la he encontrado en ningún otro lugar. No se trata de encajar, como a este lado del Atlántico. Se trata de sobresalir, de demostrar quién eres. De aprovechar tu potencial. De que puedes ser escultor e ingeniero astrofísico. Poeta y paleobiólogo. Bailarín y médico. Escritor y CEO.
Para jóvenes (y no tan jóvenes) como los españoles, con unos moldes sociales tan marcados, Fulbright nos abre un abanico de inspiración y opciones inimaginable todavía en nuestro país. En España tenemos muchas cosas buenas, pero la diversidad y las oportunidades no están entre ellas.
Y es gracias a Fulbright que el futuro del país tendrá esperanza.
Germán García Flores