La web social proporciona indudables oportunidades y beneficios, entre los que destaca potenciar el contacto y la comunicación entre las personas. Resulta lógico que esta característica dote a las redes sociales de un particular atractivo en las sociedades mediterráneas, tradicionalmente cimentadas en la socialización. Así pues, no es de extrañar que España sea el quinto país del mundo en penetración de estas redes, tal como concluye el estudio “Global Digital Communication: Texting, Social Networking Popular Worldwide”, realizado en 2011 por la organización norteamericana de análisis de tendencias, Pew Research Center.
A la vista está que España ha entrado en los entornos 2.0 con verdadera fruición, aunque esto no sucediera hasta que las principales plataformas fueron traducidas al español y la calidad y los precios de las conexiones a internet mejoraron notablemente. En cualquier caso, es ya un hecho que los españoles son usuarios experimentados de las redes sociales. Ahora lo que se impone es un análisis sobre la forma en la que las están utilizando.
El valor del cara a cara
En el artículo titulado “The Offline Executive”, los profesores Henry Mintzberg y Peter Todd argumentan que por mucho rango de alcance que proporcionen correos electrónicos, BlackBerrys, iPhones, Androids, iPads y similares; estos medios de comunicación jamás podrán sustituir a la interacción humana, en sus sutilezas, sus particularidades en cuanto a tonos de voz, sus gestos y su consecuente capacidad para generar confianza, compartir visiones y mejorar las comunidades. El riesgo que acarrea el uso exclusivo de dichas tecnologías para relacionarse entre las personas es -explican los autores- sustituir la profundidad en las relaciones por la mera amplitud. En otras palabras: aunque el número de conexiones crece, el de las relaciones humanas disminuye.
Podría pensarse que modelos comunicativos diseñados “en y para” anglosajones, deberían encajar con dificultad en otro tipo de sociedades como la española, en las que el encuentro físico entre las personas todavía tiene un papel destacado. Por ello, se puede prever que la rápida penetración de las redes en España esté produciendo un importante cambio en sus relaciones sociales.
Las redes han contribuido a una veloz homogeneización de los hábitos sociales a escala global, por lo que las punzantes intervenciones del artista Jay Shells realizadas en verano de 2011 en la ciudad de Nueva York, encajarían perfectamente en las urbes españolas. Shells instaló una serie de señales -fingidamente oficiales- en las que se leía el texto: “Pay Attention While Walking – Your Facebook Status Update can wait” (Preste atención mientras camina. La actualización de su estado en Facebook puede esperar) con la que llamaba la atención sobre el ensimismamiento frente a lo presencial que está causando una particular y obsesiva forma de utilizar las redes sociales.
Dicen que España es un país de extremos, por lo que no resulta extraño que tras el inicial retraso en el acceso a las redes sociales, ahora lo habitual sea no salir de ellas. Pero este “estar permanentemente conectado” comporta riesgos que es necesario considerar. Uno de ellos, es tener la falsa impresión de que “participar” en las redes es estar haciendo “algo”, es estar realizando un cambio social fáctico, cuando en muchos casos esta acción se limita a meramente comentar o suscribir ideas. Es en esta distorsionada sensación en la que se basan numerosas empresas de “Activismo 2.0” (véase “Activismo 2.0 y empoderamiento ciudadano en red (I)”). Sin embargo, no es lo mismo “decir” que “hacer”, tal como argumenta en el artículo “Los nuevos indignados” Carlos París, filósofo y presidente del Ateneo de Madrid: “…no basta con la protesta por más masiva que esta sea. Hay que organizarse y pasar a la acción”.
En este sentido, recientes fenómenos sociales nacidos al abrigo de las redes sociales -tales como el 15M- muestran importantes incoherencias, tal como Ricard Valls señala en su artículo, “Sociedad civil, indignados, ofendidos y humillados”:
La movilización on line, no se corresponde con la movilización en las plazas. La capacidad de movilizar del 15 M ha sido enorme (…) Pero nos hemos encontrado con un sistema asambleario en las plazas en las que tomaba decisiones una minoría ocupante, cuyas decisiones se han alejado progresivamente de aquellos miles y diversos que los apoyaron en twitter y en internet, mayoría virtual no siempre al corriente de la evolución de los hechos en las plazas.
Esta fractura todavía no resuelta entre lo online y lo offline es una de las razones por las que el llamado “Activismo 2.0” no termina de encontrar su lugar entre muchas organizaciones de acción social.
Medios ¿a medias?
Jaron Lernier, pionero de las tecnologías en red, ha incomodado a no pocos tecnófilos de lo 2.0 con su libro Contra el rebaño digital. Un manifiesto (Debate, 2011), que en su versión original presenta el sugerente título: You are not a gadget. A manifesto. En esta obra Lernier denuncia la actual exaltación de lo tecnológico que se impone de forma antinatural sobre lo humano y que muy gráficamente ha denominado “maoísmo digital”. El autor señala lo evidente: que internet se está volviendo un entorno aburrido y desinformado.
Lo que Lernier propone en este manifiesto no es atacar a la tecnología, sino utilizarla de forma equilibrada y pertinente, proponiendo a los usuarios de internet que disminuyan la velocidad de sus interacciones y que generen contenidos profundos, en lugar de simplemente llamativos. En capítulos con títulos tan atractivos como “An apocalypse of self-abdication” (Un apocalipsis de abdicación sobre uno mismo) o “Digital creativity eludes flat places” (La creatividad digital elude los lugares planos”), Lernier critica la forma en la que en internet se ha impuesto la abundancia frente a la calidad de los contenidos. A ello se suma la contraproducente manera en la que la tecnología se está imponiendo a las personas en la actual huída hacia adelante que protagonizan sus usuarios.
Lejos de ser esta una idea novedosa, desde hace muchos años autores como Nicholas Carr han venido alertando sobre los peligros de internet como forma única de conocimiento. Sus numerosos artículos críticos ante el tan parafraseado “wisdom of crowds” de James Surowiecki, ponen en cuestión la confianza radical en los contenidos generados por los usuarios y -como en el caso del celebérrimo artículo “Is Google Making Us Stupid? What the Internet is doing to our brains” (“¿Está Google volviéndonos estúpidos? Lo que Internet está haciendo a nuestros cerebros”)- han causado mucha polémica en pleno crecimiento de los entornos 2.0. Su último libro, The Shallows: What the Internet Is Doing to Our Brains, es continuador de tales argumentos y ha sido finalista en la categoría de no-ficción de los premios Pulitzer 2011.
Las redes sociales fomentan la rapidez en la interacción y la capacidad de síntesis. Pero mientras potencian la actitud reactiva de los usuarios, hacen que la introspectiva pase a un segundo plano, aplastada por el incesante flujo de información e interacciones. Por eso, muchas de las redes sociales desdibujan la importancia de la reflexión, la argumentación matizada y la capacidad de escucha.
El uso acrítico y radical de las redes sociales como vía única de acceso al conocimiento muestra el peligro de “tomar la parte por el todo”. Su rapidez en el uso y lo restringido de su extensión lingüística (140 caracteres en el caso de Twitter) incitan a prácticas poco reflexivas y demasiado superficiales por parte de los usuarios. Explicar, analizar, argumentar y debatir con matices, requiere tiempo y extensión. Lo contrario: restringe, homogeiniza el discurso y conduce a la acción por la mera acción. El pensamiento único y el totalitarismo son pues peligros latentes si no se acompaña la opción «me gusta» con plataformas y servicios con mayores posibilidades para los usuarios. La cultura es uno de los entornos más frágiles y perjudicados en este contexto.
El riesgo ahora es ir, del entusiasmo, al catastrofismo. No ha de extrañar que en los próximos tiempos vuelva el miedo al “monstruo tecnológico,” una constante en la humanidad al que remiten las conclusiones de textos de absoluta referencia como, La galaxia de Gutemberg, de Marshall McLuhan o La galaxia internet, del español Manuel Castells. La técnica ha desarraigado a los seres humanos, explicaba Martin Heidegger. Sin embargo, no hemos de renunciar a ella, sino aprender a utilizarla.
Cuatro recomendaciones para utilizar las herramientas 2.0 de manera satisfactoria
- Sea pertinente. No todas las herramientas y entornos sociales sirven para lo mismo. Así pues, evite explicar los detalles de una tesis doctoral en Twitter, o publicar noticias de última hora en Slideshare. Explore las características básicas de cada plataforma, las expectativas y costumbres de sus usuarios y utilícelas según cada caso. Así se asegurará un uso eficiente, ahorrará mucho tiempo y evitará la frustración típica de muchos usuarios inexpertos que culpan a las redes de sus propias carencias.
- Seleccione los contenidos y las fuentes. Una de las grandes ventajas de la web social es la posibilidad de recibir y compartir información de forma selectiva. Así pues, es posible elegir qué fuentes de información interesan y suscribirse a ellas, de manera que pueda optimizar su tiempo al leerñas. Si le produce ansiedad saber que no puede leerse todo lo que hay, sepa que eso ya les pasaba antes a los usuarios de las bibliotecas, así que lo que debería hacer es aprender a priorizar sus intereses.
- Defina y defienda su voluntad. No confunda el medio con el fin. Usted debería utilizar las redes sociales y no ellas a usted (por mucho que así lo intenten las empresas que las promueven). Si no quiere que sus datos personales aparezcan en ellas, no los de. Si no quiere que sus acciones sean notificadas, no las comparta. Si no quiere que “le roben” todo su tiempo libre, apague su ordenador y su móvil o, mejor todavía, no lo haga, pero distinga lo importante de lo superfluo y tome decisiones al respecto. La web social le da la oportunidad de escoger, así que hágalo sin trasladar esa responsabilidad a los demás o culpabilizar a terceros.
- Desconfíe de los que defienden que leer libros es mejor que “estar” en internet. Tanto los libros, como las páginas web, las escriben personas, por tanto sus contenidos al final presentan los mismos atractivos y garantías, así como los medios en los que se difunden (¿o es que pensaba que empresas como Facebook o Google no actúan de acuerdo a sus intereses comerciales?) Si considera que quienes están en internet no viven en la realidad, pruebe entonces con los efectos de leer un libro y verá que es también un poderosísimo vehículo de evasión. Este es el poder de los contenidos culturales. Lo que de verdad es importante es que sean contenidos de calidad, independientemente de sus formatos.
Publicado originalmente en: Compromiso Empresarial, nov-dic, 2012.