El primer día que vi un carro de caballos pasando por delante de mi ventana realmente pensé “¿pero qué hago aquí?”. Lincoln University se encuentra en la Pennsylvania profunda, rodeada de campos de maíz y granjas de amish, está en uno de esos lugares del mundo a los que probablemente nunca en la vida te plantearías ir y, aun así, aquí estoy.
Ya hace unos cinco meses que llegué aquí como parte del programa de Fulbright para Foreign Language Teaching Assistants (FLTA). De las lenguas que se enseñan en la universidad, el español es la más solicitada, y el trabajo como profesora viene cargado de retos y responsabilidad. Sin embargo, también te deja tiempo de sobras para disfrutar de la vida en el campus; ver interminables partidos de futbol americano, sacar fotos de las animadoras y la banda, y apreciar las rivalidades entre las diferentes fraternities. Lo mejor de la semana es cuando puedo invitar a un grupo de estudiantes a mi casa para el Spanish Club, cocinar una tortilla de patatas, ver alguna película en español y compartir con ellos algunas de las curiosidades de nuestra cultura.
Yo también tengo muchísimo que aprender de ellos. Lincoln tiene una particularidad; es una HBCU (Historically Black College or University), donde la mayoría de estudiantes son afroamericanos. En este sentido la universidad tiene poco o nada que ver con las típicas college movies americanas, en las que el estudiante afroamericano es siempre el personaje secundario. Aquí, ellos son los protagonistas, y expresan su cultura y su identidad con orgullo y libertad. Obviando el hecho de que me es imposible pasar desapercibida por el campus, estar en una HBCU contribuye a que mi experiencia en los Estados Unidos sea mucho más única y especial. Cada día aprendo algo nuevo sobre su cultura y, poco a poco, voy entendiendo el complicado mapa racial que existe en este país.
Pero la experiencia de Fulbright se extiende más allá del campus de la universidad. No exagero si digo que cada vez que he decidido pasar unos días en Nueva York, Filadelfia, New Orleans o incluso Hawaii, me he encontrado a algún que otro FLTA. La conferencia en Washington DC a la que asistimos al final del primer semestre me ayudó a entender la magnitud de este programa y la increíble diversidad de sus participantes. Después de cuatro días en Washington hablando y conociendo a gente de diferentes países, me dio la sensación de que había dado la vuelta al mundo en tan solo unos días.
El segundo semestre empieza con nieve. Ahora ya no me sorprendo cuando veo a los amish, me gusta llamarlos “mis vecinos” y comprarles fruta y verdura cuando me canso de la cafetería. Por otra parte, el salto de un pisito de Barcelona a una casa de tres pisos al borde de un bosque me parece más bien un lujo. Puede que haya gente con listas de “cosas que quiero hacer”, yo acabo de empezar una titulada “cosas que nunca pensé que haría” y estoy segura de que a finales de este año estará repleta de nuevas entradas.
Mar Almató Llonch, 2015-16 FLTA, Lincoln University, Pennsylvania