Hace poco revisaba el gran best-seller de Stephen Hawking, Breve historia del tiempo. Y comenté en «Le Dieu de Laplace et la place de Dieu» las noticias preliminares sobre su último libro, escrito con la colaboración de Leonard Mlodinow, The Grand Design. Emprendo aquí unas notas y comentarios sobre este último libro, llevándolo como es inevitable a mi terreno de la hermenéutica narrativa. Es que la matemática cuántica no es lo mío, para qué nos vamos a engañar. Queda por saber si la hermenéutica narrativa es lo de Hawking. También compararé algunas de las ideas de Hawking sobre el multiverso con la clásica formulación de esta idea en ciencia ficción, la que concibió Olaf Stapledon en Star Maker.
«Existimos, cada uno de nosotros, sólo durante un tiempo breve, y en ese tiempo exploramos sólo una parte pequeña del conjunto del universo». Así se abre el primer capítulo, «The Mystery of Being»—de un libro que sin embargo promete llevarnos a los límites del tiempo y del universo, en la medida en que hoy podemos vislumbrarlos. Desde esta orilla del Tiempo, y desde este rincón de nuestra provincia, llega la mirada sin embargo a miles de años luz de distancia en el espacio-tiempo, cuando baja la luz del día y miramos una estrella. Tenemos que poner orden en lo que vemos, dar una explicación o especulación que nos diga dónde estamos, y cómo hemos llegado aquí, y qué ha habido en el tiempo del cual nadie nos ha traído historias, y qué tipo de muerte o de vida le espera a las cosas y al mundo, tras nuestra vida y nuestra muerte. Queremos verlo todo desde donde estamos, y si no lo vemos, lo imaginaremos, construyendo una historia con los datos y las huellas que tengamos a nuestro alcance. No nos conformamos con nuestra parcela, aunque las historias sobre lo que es remoto e incierto sean diversas, y haya poca posibilidad de que coincidan diversas versiones—en especial cuando, mirando más de cerca, lo más cercano también se vuelve remoto e incierto.
Estas preguntas antaño filosóficas o metafísicas, arguye Hawking con Mlodinow («HM»), hoy pueden y deben ser planteadas en el marco de la ciencia. «La filosofía no se ha mantenido al día con los desarrollos modernos en la ciencia, particularmente con la física» (5)—una frase que a pesar de su aire prepotente parece justa, con honrosas excepciones como la Historia del Tiempo de George Herbert Mead, allá por 1930. La física cuántica redefine radicalmente la naturaleza del mundo físico, irreconocible con nuestras presuposiciones cotidianas o con las de la filosofía clásica. Una conceptualización diferente de la naturaleza de la realidad de la que parten HM es la teoría de Richard Feynman, según la cual «un sistema no tiene una única historia, sino todas las historias posibles» (6).
Aquí apunta ya el interés narratológico de la teoría de HM—podemos comparar esta historia múltiple o alternativa no ya con las narraciones con múltiples líneas de acción, como el Orlando Furioso de Ariosto o las multiplot novels victorianas estudiadas por Garrett… sino más bien con el arte combinatorio de las estéticas estructuralistas de los sesenta en adelante—esas obras en las que un sistema generativo (genotexto) permite múltiples recorridos o fenotextos. Por ejemplo esta obra visual de Brian Eno, 77 millones de cuadros. Pueden verse analogías aquí con la semiótica soviética que inspiró El texto de la novela de Kristeva, con la gramática generativista de Chomsky, o con la lógica de los posibles narrativos de Claude Bremond—posibles narrativos en los que cada acontecimiento de un relato determina una serie posible de acontecimientos siguientes pero a la vez genera, por exclusión, la virtualidad de las opciones narrativas no elegidas. En el caso del multiverso à la Feinman sería no por exclusión, claro, sino por inclusión—aunque sólo recorramos un trayecto posible de la realidad (el que llamamos nuestra realidad), la realidad en sentido amplio incluiría todos los trayectos posibles. (Todo esto, claro, se basa en la presuposición de que al menos en algunos sentidos del término «posible» hay más de una historia posible). En teoría narrativa, ha tenido éxito en la última década el análisis de Espen J. Aarseth, que emplea el término «ergódico» para referirse a los textos que, basados en una combinatoria, admiten múltiples realizaciones o trayectos posibles para recorrerlos, o hacen brotar al activarlos una historia en concreto de entre muchas permitidas potencialmente por el sistema. En suma, el universo, según Feynman, y ahora según Hawking y Mlodinow, sería un sistema ergódico. Dejaremos en suspenso por el momento la cuestión de si tiene sentido aplicar el término «realidad» a los trayectos de ese sistema no realizados en nuestra experiencia—es de sospechar que, como en el caso de la narratología, hará falta un vocabulario específico que distinga niveles y acepciones de realidad, al quedarse estrechos los términos del pensamiento cotidiano.
El nombre que utilizan HM es «model-dependent realism», realismo dependiente de modelos. «Se basa en la idea de que nuestros cerebros interpretan la información recibida de los órganos sensoriales, haciendo un modelo del mundo» (7)—un modelo al que consideramos la realidad y le otorgamos la creencia de la realidad o de la verdad absoluta. Una vez más nos topamos con el mito de la Caverna—hace poco comentábamos su relevancia para interpretar la realidad humana construida en torno al lenguaje (en «La Caverna del Cerebro: El lenguaje como realidad virtual»); ahora hay que ir más allá y admitir con HM que la realidad percibida por nuestros cerebros es algo distinto de los modelos de la realidad organizados por otros sistemas. Recordemos aquí que esta noción platonizante en cierto modo sí está muy en consonancia con las teorías neurocognitivas de investigadores como Michael Gazzaniga. En The Mind’s Past éste postulaba un «controlador» o conjunto de sistemas cerebrales que generan la ilusión de una realidad en la que habitamos, a partir de los distintos módulos y circuitos de procesamiento de la información cerebral.
Es lo que podríamos llamar la Matrix del cerebro. Sobre esta platónica película, Matrix, y sobre el libro de Stapledon Star Maker, escribí este artículo, «Apocalipsis de la comunicación total». Más sobre circuitos cerebrales, y sobre mi propia teoría de la retroalimentación cognitiva que genera la realidad mediante la proyección de marcos cognitivos y esquemas conceptuales, puede verse en el artículo «Más consciencia». Será útil tener estas bambalinas de la realidad en mente mientras comentamos más detenidamente el libro de Hawking-M.
Hawking tiene sobre la realidad una perspectiva matemática. Desde que la ciencia moderna desde Galileo y Newton trabajó en la integración de física y matemática, ha habido una sucesión de teorías cada vez más integradoras, que explican a partir de los mismos principios un ámbito cada vez mayor para las fuerzas y fenómenos que estructuran la realidad. La relatividad primero, y la teoría cuántica después, proporcionaron para el siglo XX una aproximacióin a lo que podría ser una Teoría de Todo, con la promesa de una integración futura del conocimiento que hiciera posible interpretar el conjunto de la realidad explicando la generación de sus fenómenos simples mediante la reducción matemática. Los fenómenos complejos surgen por emergencia a partir de estos simples (ver «Gell-Mann: Consciencia, reducción y emergencia»). La Teoría de Todo sería el resultado de la integración del conocimiento científico que explicase todas las fuerzas físicas que actúan en el Universo. Recordemos que el planteamiento filosófico básico que postula una Fuerza única y simple, y el surgimiento emergente del cosmos por las leyes de la evolución, se encuentra formulado por Herbert Spencer hace 150 años (ver «Victorian Dark Matter»). Pero el desarrollo práctico de esa teoría, la hipótesis de la integración matemáticamente coherente de todas las Fuerzas en una Fuerza única, se encuentra con algunos obstáculos prácticos (o teórico-prácticos, vamos) considerables. Según explica Hawking, la Teoría M es el único modelo que puede ser candidato a esa teoría de todo—una teoría todavía mal integrada, pues es «una familia de teorías», pues «igual que no hay un mapa plano que represente bien toda la superficie de la tierra, no hay una única teoría que sea una buena representación de las observaciones en todas las situaciones.» Es la teoría M cuyas hipótesis y consecuencias exponen HM en The Grand Design, y es en esa teoría en la que basan su propuesta del multiverso:
Observemos, de paso este curioso tiempo verbal—»hubo muchos universos…» —que parece ubicar a esos otros universos en un pasado con respecto al nuestro, mientras que en seguida pasan esos universos a ser «una predicción»—¿una predicción de un acontecimiento pasado? Pasado y futuro y simultáneo, podría responderse—aunque bien observada la cuestión carece de sentido todo tiempo verbal, pues no parece haber necesariamente una secuencia temporal entre estos universos, al ser el tiempo un fenómeno relativo a la organización de acontecimientos dentro de cada universo, no un marco en el seno del cual tiene lugar la creación de universos. No hay relación temporal o física, sino únicamente matemática, entre estos diversos universos. Nuestro tiempo es nuestro, interno al universo, y no está previsto en la teoría, ni en la experiencia, que este universo esté temporalmente ubicado con respecto a los otros, ni que pueda interferir con ellos de ninguna manera. Volveremos más adelante sobre esta cuestión.
Una cuestión que no entiendo: que «cada universo tiene muchas historias posibles»—¿no habrá que postular más bien una sola historia y diversas teorías sobre esa historia? Hay muchas historias posibles en los diversos universos del multiverso, pero parece que el empeño de la ciencia consistiría más bien en descubrir la única historia posible en este universo. Continúan HM:
Otra curiosa formulación: nuestra presencia selecciona los universos posibles. Volveremos sobre el sentido cosmológico, y las implicaciones cognitivas, de este principio antrópico—y quizá paradójico—que es central en la concepción de The Grand Design.
Termina el capítulo 1 con tres grandes preguntas que podríamos llamar teológico-filosóficas:
¿Por qué existimos?
¿Por qué este conjunto específico de leyes, y no algún otro?
Yo daré una respuesta rápida, a mi aire. El orden de las preguntas es incorrecto: la segunda debería ir primero, la primera es más general que ella, y la tercera es la más básica y general de todas (igual a es a ella a la que se refiren HM como «the Ultimate Question of Life, the universe, and Everything»—olvidándose de las otras, o reduciéndolas a esta tercera pregunta). Las dos primeras preguntas derivan de la tercera o se reducen a ella. O más bien (teniendo en cuenta la diferencia entre reducción y emergencia) podemos decir que aunque no pueden reducirse a la tercera, emergen a partir de ella. Podría haber algo, en lugar de nada, sin que existiésemos nosotros. Es lo que sucede en tantos planetas, sistemas y galaxias en los que hay algo—entiéndase, objetos y fenómenos perceptibles pero concebibles al margen de la percepción— sin que nadie lo vea ni lo piense sino nosotros, desde lejos. Podrían también existir muchos planetas y estrellas no ya como hechos brutos, sino como objetos de conocimiento y percepción (animal) sin que hubiese por ello seres conscientes capaces de plantear la diferencia entre estos dos tipos de hecho, o de reflexionar sobre nada. El problema de la consciencia, complejo de por sí, es un problema menor y derivado de la la existencia y naturaleza de la vida—que a su vez es un problema arduo, pero no intratable una vez sentadas las bases de la química.
Por qué surge lo complejo, a partir de lo simple, es una cuestión tratable para el pensamiento y para la ciencia. Recomiendo leer sobre el particular a Herbert Spencer. Lo que sí es un problema más arduo es la tercera pregunta—por qué surge lo simple, por qué la Fuerza indiferenciada ha de dar lugar a un conjunto determinado y específico de leyes. HM dicen que darán a esta pregunta una respuesta científica y no arbitraria—ahora bien, ¿puede darse una respuesta no arbitraria a algo que sienta las bases mismas de todo planteamiento? Me temo que su respuesta no es mucho mejor que «42». Las leyes son las que son, nos dicen, porque sí, o porque son las que son de entre muchas otras concebibles e igualmente existentes en teoría (o en «la» teoría). Todavía no tenemos una clave que pueda sentar que lo que hay es, además de concebible, necesario. La afirmación de que la realidad existente no es más necesaria que cualquier otra en la mente de un matemático no es, me parece, satisfactoria.
Hay preguntas filosóficas más arduas que quienes somos, de dónde venimos, a dónde vamos, pues éstas sí parecen tener una respuesta científicamente plausible. Pero enfrentándose a la gran pregunta, por qué de la nada surge algo, la ciencia sólo llega, por el momento, a sus propias fronteras, no a las del universo.