Alejandro Román Vázquez, doctorando del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN-CSIC), y becario Fulbright de Investigación predoctoral gracias al apoyo de la Junta de Andalucía.
Hace poco más de un año que llamaba por teléfono, muy nervioso por cierto (para variar), a mis directores de tesis después de la entrevista personal en Madrid para decirles “oye, ¡pues a lo mejor tengo opciones de que me den la beca y todo!”, y desde entonces mi vida y mi carrera profesional han dado un giro por completo que seguramente ni los mejores directores de Hollywood podrían escribirme en uno de sus guiones. Hoy, después de 7 meses en la costa este de los Estados Unidos continuando con mis estudios de doctorado tengo claro que, ni soñando, voy a vivir nada parecido. Pero vamos a irnos un poco más atrás en el tiempo, porque el inicio, en este caso, no tiene desperdicio.
Seguramente la gran mayoría de mis contactos (ajenos al programa Fulbright) coincidan en que esta experiencia comenzó el día que puse mi primer pie en el aeropuerto de Boston el 22 de julio del 2023, pero tenéis que dejarme deciros que esta aventura empieza desde el día que eres seleccionado como becario Fulbright. Seguramente mi pareja no olvidará mi cara de sorpresa, emoción, y felicidad al leer el email en el que me notificaban que me habían concedido la beca. Por poneros un poco en contexto, imaginaros a un chaval de Sanlúcar de Barrameda que en cuestión de unos pocos meses se ve de repente en Madrid rodeado seguramente de las personas con más potencial que haya podido ver en sus áreas, y contándoles ante su admiración e inquietudes que el se dedica a hacer ciencias marinas con sus drones. Sin duda fueron los tres días que necesitaba para recargar las pilas y creedme que la aventura que iba a comenzar merecería mucho la pena.
Llegaba entonces el momento de cruzar el charco (mi primera vez en los Estados Unidos), y a mí me tocó hacerlo antes de lo previsto para asistir a un curso pre-académico en la Kent State University (Kent, Ohio). Mira que estábamos avisados del famoso “shock cultural”, pues seguramente lo que yo viví fue todo lo contrario. Literalmente estaba viviendo en una película: las casas, los coches, los restaurantes, las instalaciones deportivas… Pero sin duda me ganó la gente, y no sólo los estadounidenses, porque si por algo esta beca es más que una beca, es por la inmensa red de contactos y oportunidades que te puede llegar a brindar en un intercambio cultural sin precedentes en mi vida. Pude conocer a compañeros de todos los lugares del mundo, desde Argentina, Andorra, Paraguay, Georgia, Chile, Japón, Indonesia, y podría seguir nombrando muchos más países, y tengo que decir que sin excepción me llevo unos amigos y unas amigas increíbles – si me permitís unas líneas para ello, solo quiero hacerles saber que mi estancia no habría sido la misma si no os hubiera conocido, y que estoy seguro de que vais a lograr alcanzar todas vuestras metas porque sois unos profesionales como la copa de un pino. Durante este mes en Kent, no sólo conté con la mejor de las ayudas para hacer gestiones básicas como abrirme una cuenta bancaria o pillar mi tarjeta de teléfono estadounidense, sino que también pude visitar lugares que sólo había podido ver en las películas. Este es el caso, por ejemplo, de las cataratas del Niaggara. Es cierto que el 80% del tiempo estuvimos bajo el amparo y la protección de un “chubasquero” que mojaba más que secaba, pero la experiencia de admirar la fuerza y la majestuosidad de la naturaleza mereció mucho la pena.
Pues bien, tras un mes de momentos irrepetibles, cogía con mucha ilusión un vuelo que me llevaría al estado de Maryland, ya que estaba ante el inicio de la oportunidad que soñaba de empezar a trabajar de la mano de algunos de los mejores profesionales en el mundo de la investigación con drones en el Horn Point Laboratory de la University of Maryland (UMCES). Fue poner un pie fuera de la burbuja del programa pre-académico y llegó el verdadero “shock cultural”. Moraleja, no cantéis victoria nunca antes de tiempo. El contraste entre la vida de película que tuve en Kent (Ohio) y la Estados Unidos rural de la Maryland profunda hizo que pasara probablemente las dos peores semanas de toda mi estancia. Sin embargo, el tiempo, las relaciones profesionales, y la cotidianeidad del día a día, hicieron que este shock cultural quedara en una anécdota y me permitieron disfrutar tanto personal como profesionalmente de una experiencia irrepetible.
Profesionalmente, el proyecto Fulbright fue fluyendo desde el comienzo, llegando incluso a tener los primeros resultados publicados a mediados de la estancia. Quiero hacer especial mención a esta primera publicación, con la colaboración de compañeros de mi Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN-CSIC) y de mi compañera Anna E. Windle de la NASA Goddard Flight Centre, en la que empezamos a poner en valor la importancia y utilidad del proyecto que estábamos llevando a cabo, y que lo aplicamos con datos recogidos en lugares tan distantes en el mundo como Estados Unidos o la Antártida. ¡Quién me iba a decir a mí cuando veía series o películas que iba a estar colaborando con la mismísima NASA! También me gustaría hacer una mención especial a mi director o jefe en el Horn Point Laboratory de la University of Maryland, que sin duda me ayudó a ver un poco más allá de la ciencia que estaba acostumbrado a hacer, y que ha sido un pilar fundamental para poder haber desarrollado todos los pasos del proyecto dentro de los plazos previstos.
Pero sin duda, lo que me llevo de estos 7 meses en los Estados Unidos son las vivencias, que van a quedar grabadas a fuego en mi retina para toda la vida. El hecho de ser parte de una red de estudiantes Fulbright tan grande y tan repartida por todo el país me permitió viajar y visitar estados muy distantes y muy diferentes entre sí. Quedé impresionado la primera vez que ví el “skyline” de ciudades como Chicago, Philadelphia, o la siempre impresionante Nueva York. La majestuosidad de tantos y tantos edificios acumulados y perdiéndose entre las nubes fueron objetivo de más de una de mis fotos. ¿Qué os voy a contar de la red de parques nacionales de este país? Las lágrimas de emoción y los ¡graba graba! que continuamente le sugería a mis compañeros de viaje es lo único que puedo contaros por intentar trasladaros lo más mínimo a lo que yo sentí cuando conducía entre cañones y cadenas montañosas en el ‘road trip’ que realicé a principios de enero. Sinceramente, me faltan las palabras.
Sin palabras también me dejaron el Bryce Canyon, el Antelope Canyon, o el Grand Canyon, aunque (anécdota) esto fue lo mismo que sentí cuando me alojé en mi primer motel típico estadounidense, o cuando entré en uno de los alojamientos que reservamos (éramos 4 personas) y resultó que sólo había una cama a repartir entre todos. Afortunadamente, esto último sólo duró los 10 minutos que tardamos en darnos cuenta de que teníamos otra habitación reservada. Pude viajar a otro planeta al recorrer el Joshua Tree National Park, sentirme entre las estrellas paseando por el “Walk of Fame” de Hollywood (tengo que admitir que no conocía el 99% de las estrellas), o vivir dentro de un videojuego por Venice Beach o por el Santa Monica Pier en Los Ángeles. El otoño me regaló una de las estampas más bonitas y coloridas al recorrer el Shenandoah National Park en Virginia, mientras que el invierno tiñó completamente de blanco mi casa y mi laboratorio en una estampa que, sinceramente, no vemos muy a menudo en mi querida Cádiz.
Pero, más allá de los viajes, ser embajador de mi tierra en este país y además poder sumergirme de lleno en su cultura ha sido enormemente enriquecedor. Pude experimentar de primera mano el sentir y el orgullo de los ciudadanos estadounidenses cuando suena su himno, ser partícipe de cenas de “Thanksgiving” o “Friendsgiving”, vivir la Navidad, la SuperBowl, o Halloween con su tradicionales desfiles o eventos festivos caracteríticos, asistir a un evento religioso en alguna de las muchas iglesias que tienen, jugar a la ruleta en un casino en Las Vegas, participar de las populares fiestas con los típicos vasos rojos en casa de algún compañero de trabajo, o (y esto seguro que no lo habéis escuchado nunca) asistir a una competición oficial de aparcamiento de barcos, que aunque os sorprenda, se celebran comúnmente en la costa este de los Estados Unidos. Podría seguir enumerando vivencias y no terminaría nunca, por eso va a ser hora de terminar con esta entrada que estoy escribiendo con las maletas preparadas para volver a España después de 7 meses. Estoy inmensamente agradecido por la oportunidad que me han brindado Fulbright y la Junta de Andalucía de “dronear” y continuar con mi investigación al otro lado del Atlántico. Quiero extender mi agradecimiento a Victoria, Carinna, y Linnea, que han sido mi soporte, e incluso a veces mi apoyo emocional durante la estancia, y que han realizado una labor impecable y ejemplar. Me entristece saber que esta experiencia ha llegado a su fin, pero también me ilusiona pensar el sinfín de oportunidades que se van a abrir frente a mis ojos a mi vuelta, porque puedo decir con todo lujo de certezas que esto marcará un antes y un después tanto personal como profesionalmente.
Alejandro Román Vázquez, beca Fulbright para investigación predoctoral 2023