Un nuevo año, el momento para recapitular sobre el que se cierra y reflexionar sobre cómo desearíamos el siguiente. Para la ciencia española, el deseado regalo es la Agencia de Investigación, prometida en la Ley de la Ciencia de 2010 y que no termina de llegar. Y puestos a desear, un Pacto de Estado que garantice la estabilidad presupuestaria y la planificación a medio plazo.
Ciertamente la ciencia española adolece de múltiples problemas que no son de resolución sencilla, pero los diagnósticos son claros, y las recetas están escritas hace tiempo. Solo es necesario la voluntad política para implementarlas.
Desde que empezó la crisis económica hace más de un lustro, el sistema de I+D español se ha enfrentado al doble desafío de la reducción brutal de su presupuesto, alrededor del 40%, y de la disminución del número de investigadores, que además implica un envejecimiento de las edades medias al no existir reposición. Gran parte de las nuevas generaciones de investigadores se ve abocada al abandono de la carrera científica o la inmigración sin perspectivas de regreso. Una extraordinaria pérdida de capital humano, formado y pagado con nuestros impuestos y del que se beneficiarán otros países con políticas más sagaces. Paradójicamente, en esta época de escepticismo y crítica de diferentes estamentos, en la que la clase política está tan denostada (a veces de manera injusta), los científicos somos el grupo social mejor valorado, junto con los médicos.
Pero las dificultades provienen no solo de la disminución de presupuesto. Esto es un hecho que se puede corregir y hasta cierto es entendible, aun cuando represente una política cortoplacista y opuesta a la de los países de nuestro entorno, nuestros socios europeos con los que, no lo olvidemos, también competimos. El problema es la continua carrera de obstáculos burocráticos, cada vez más compleja. Parece que existiera un oscuro comité cuya misión fuera la de idear nuevos procedimientos para que los investigadores no podamos realizar nuestra misión: hacer ciencia y poder así mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Hace bien poco, en una reunión de un consorcio europeo, un investigador de un país centroeuropeo cuyo nombre ha sonado varias veces para el galardón más importante que se puede recibir (y no daré nombres), me comentaba que admiraba a los científicos españoles, ya que somos capaces de hacer ciencia a pesar de todas las trabas que sufrimos. Otro ejemplo: uno de mis colaboradores, extranjero, ha recibido un rechazo provisional a su propuesta de financiación del Plan Nacional, que proporciona los recursos para programas que tienen una extensión generalmente de tres años. La razón (o sinrazón), que … ¡el tipo de letra de su currículo no era el estándar! No es de extrañar su perplejidad, ya que no es la ciencia lo que importa, sino el aspecto formal. Parece que regresamos al siglo XIX y a los tiempo del “vuelva usted mañana”. Por tanto, no deberíamos sorprendernos de que no haya premios Nóbel en nuestras filas. Recursos limitados, personal desalentado e impedimentos administrativos explican muchas cosas.
El verdadero problema es la falta de planificación y de apoyo a medio plazo. Aunque las políticas de los partidos mayoritarios no han sido siempre las mismas, los bandazos se han sido provocados por ambos y las restricciones se han producido en los dos últimos gobiernos. Por tanto, lo que se necesita es una verdadera política de estado, un pacto que alcance a tantos partidos del arco parlamentario como sea posible. Unas líneas claras de desarrollo, con la financiación adecuada y mecanismos flexibles, que pasan por la creación de la Agencia, que debiera ser una estructura simplificadora. Luego, que nos pidan resultados. En definitiva, altitud de miras y política con mayúsculas. Son buenos deseos para el próximo año, que puede ser crucial, que esperemos que no se frustren. En este año electoral, no queremos promesas, sino hechos. Los beneficiarios seremos todos los miembros de la sociedad española.
David Barrado
Centro de Astrobiología, INTA-CSIC
Publicado originalmente en el diario «El Mundo» el 29 de diciembre de 2014.