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Distinguiendo entre el síntoma y la enfermedad

La avaricia sostenida de gobiernos y empresas está conduciendo a la fulminante destrucción del tejido cultural español. Los cierres de programas e instalaciones culturales sumados al recorte de recursos, se suceden en cadena por todo lo largo y ancho de nuestro territorio. Por si fuera poco, los responsables de la gestión pública de la cultura buscan la justificación de sus apresuradas decisiones en la crisis económica (como si la cultura no fuera una prioridad precisamente en tiempos de crisis)

Un análisis en perspectiva llevaría a la conclusión de que la actual crisis tiene su origen en la falta de impacto de la cultura en la sociedad. Sí, a menos cultura, más crisis; surgida precisamente porque los intereses de crecimiento económico se han planteado en confrontación a nuestro crecimiento como seres humanos. De esto hemos sido responsables todos, aunque cierto es que no en la misma medida.

El papel secundario de la cultura en la actual sociedad de mercado está forjando una legión de ciudadanos abonados al pensamiento único y concentrados en lo utilitario a corto plazo. Este restringido escenario está resultando extremadamente provechoso para quienes controlan el sistema en beneficio propio.

Sumándome a los argumentos de Martha Nussbaum (1), opino que la cultura atemoriza a los partidarios de la educación utilitaria para el crecimiento económico, pues promueve “…la comprensión crítica y reflexiva, que no puede pasar por alto las desigualdades y las diferencias, fenómenos que chocan frontalmente con la tendencia homogeneizadora del mercado”

Parece indudable que los ciudadanos con cultura –es decir, con pensamiento crítico, fundamentado e independiente– podrían cuestionar los sistemas establecidos y ocasionar la subsiguiente pérdida de control de quienes los gestionan. Es lógico pues que el mercado –ese gran protagonista de la gestión política de los últimos tiempos– sea parte muy interesada en minimizar el impacto de la cultura.

El mercado ha diseñado sofisticados sistemas que restan a la cultura una adecuada valoración social y fuerza ejecutiva, a la vez que le hacen dependiente de un sistema económico de supervivencia controlado por el mercado mismo. Desde este punto de vista resulta preocupante la posible desaparición de las políticas culturales públicas en favor de un sistema único de mecenazgo cultural privado. Apoyando esta idea, Donald Sassoon –profesor de Historia europea comparada de la Universidad de Londres– insistía no hace mucho en que a la cultura que no sea popular «le va a costar mucho encontrar patrocinios» con un mecenazgo privado exclusivamente.

La situación actual es que la producción cultural independiente de los intereses económicos empresariales está seriamente amenazada. Pero ante estas circunstancias, ¿qué está haciendo el sector cultural?, ¿cómo están reaccionando sus profesionales? El sector de la cultura en España, fiel a su tradicional ensimismamiento, parece ocupado en verter lágrimas por el mendrugo de pan perdido mientras cae en profundas y lamentables contradicciones.

Entre todos la mataron y ella sola se murió

«Medio pan y un libro», son las famosas palabras que Federico García Lorca pronunció en septiembre de 1931 en el discurso de inauguración de la biblioteca de Fuentevaqueros, Granada:

(…) No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social. (…)

Pese a la grandeza argumental de las palabras de Lorca y su rabiosa vigencia, reivindicar «medio pan y un libro» ha llevado al sector de la Cultura a una miseria estructural consentida, pues mientras ha renunciado a “medio pan”, es finalmente la cultura quien ha de trabajar en escribir el libro.

En algún momento de la historia el sector de la cultura ha aceptado la idea de que su actividad profesional ha de estar indisociablemente unida a la subvención y la precariedad laboral. Un ejemplo de ello es que la frase “por amor al arte” se ha convertido en el lamentable sinónimo de “gratuidad vocacional consentida”. Sin embargo, «el amor al arte» no debería implicar la precariedad laboral de todo un sector.

La cultura no debe ser entendida como un adorno, sino como una actividad necesaria para la sociedad que implica el trabajo de profesionales y que como tales han de ser remunerados. Quienes solicitan trabajos culturales gratis fomentan la precariedad del sector, pero también lo hacen quienes los aceptan. ¿Cuántos concursos sin premio, artículos sin pagar y jornadas hechas a base de “conocidos” que no cobran se promocionan hoy en día? La solución a esta precariedad depende de un sistema que es responsabilidad de todos. Por eso, desde aquí, apelo a los profesionales de la cultura a que realicemos una reflexión colectiva, con perspectiva, sobre cómo estamos “funcionando”.

#dilesno

Las consecuencias de trabajar gratis para “tener visibilidad” y/o “hacer currículo” ya comienzan a ser parte estructural del sector de la cultura. Mientras, son pocos los que en el colectivo de profesionales prefieren restarse oportunidades de proyección antes que alimentar a un sistema que perjudica a todos de forma colectiva.

James Victore. Just say no
James Victore. Just say no, 1999

Trabajar gratis es una forma de especulación individual, pues en su objetivo final reside la intención de conseguir ventaja competitiva en un entorno profesional que por ser tal, debería ser remunerado. Significa, en resumen, romper la baraja. Sin embargo, muchos continúan con esta práctica mientras miran para otro lado justificándose en “sus” necesidades individuales que por cierto, nunca se cubrirán con un sistema precario como el que fomentan.

El mayor perjuicio que ocasiona este tipo de prácticas es, sin duda, para los más jóvenes. Trabajar gratis perjudica gravemente las oportunidades futuras de muchos profesionales jóvenes que quieren progresar y legítimamente llegar a vivir de la cultura. Sin embargo, resulta paradójico y triste ver cómo muchos de ellos se entregan a esta precariedad como fórmula para competir, mientras que por otra parte se lamentan de su actual falta de oportunidades profesionales. Esto es lo que generaciones anteriores les hemos dejado como modelo de gestión cultural: los trabajadores gratuitos que desde hace demasiados años han venido adoptando la forma de “en prácticas” y/o “becarios”.

Mi opinión no pretende juzgar a nadie y se expresa desde el respeto a las elecciones individuales de cada persona, pero intenta poner de relieve el impacto social y profesional de las decisiones que cada uno libremente tomamos. Trabajar gratis es una práctica tóxica para el sector y por eso quiero evitar que se difunda. Sin la retribución a los profesionales, el sistema no funcionará nunca.

Desde aquí apelo a la solidaridad entre profesionales y te animo a que digas no a la gratuidad o a los honorarios ridículos por tu trabajo. Confío en que aprecies el valor de esta postura para que generaciones presentes y futuras de profesionales puedan tener su propio espacio de desarrollo. Por eso, prueba una experiencia revitalizadora y ¡#dilesno!, porque el verdadero amor al arte es la práctica de estrategias y acciones que lo hagan sostenible. No te olvides: la próxima vez que te lo ofrezcan, #dilesno.

Si quieres más información sobre esta iniciativa, puedes escuchar el debate generado por #dilesno en el que participé en el programa de Radio Círculo Miradas Invisibles, celebrado el 5 de marzo de 2012 y disponible aquí.

(1) Martha Nussbaum es una de las pensadoras más destacadas en el ámbito de la filosofía y las ciencias sociales. Sus trabajos se han centrado especialmente en la filosofía antigua, la filosofía política, y la ética y el derecho, sin olvidar el estudio de las emociones. Actualmente, es profesora en la Facultad de Derecho y Teología de la Universidad de Chicago. Entre sus obras más recientes traducidas al castellano figuran Paisajes del pensamiento: la inteligencia de las emociones (Paidós, 2008), India. Democracia y violencia religiosa (Paidós, 2009) y Libertad de conciencia. Contra los fanatismos (Tusquets, 2009). Fuente: CCCB.